Montague Rhodes James (que no Míster James, que pensará alguno, y al que tampoco hay que confundir con Henry James, autor de "Otra vuelta de tuerca") fue un erudito escritor del siglo XIX, al que conozco, como imagino que muchos otros, por sus famosos cuentos de fantasmas. Este género, que es uno de los más populares en la vecina Inglaterra, fue cultivado con mucho acierto por el autor, hasta el punto de ser considerado un grande por el propio H.P. Lovecraft. Seguramente por su formación académica, en algún momento M.R. James enunció tres normas esenciales a las que debería ajustarse un buen cuento de fantasmas.
Estas normas, sobre las que reflexionaré un poco a lo largo del artículo, deben entenderse dentro de su contexto: fueron consignadas en el siglo XIX y pensadas, o extraídas, de la experiencia del autor con los relatos espectrales, un formato y un género muy concretos. Es posible, por tanto, que a priori nos pueda parecer que tendrán poca vigencia a día de hoy, y por ello nos sorprendamos al ver que siguen teniendo mucho peso, incluso más allá del relato gótico de fantasmas. Después de todo, el arte narrativo tiene muchos elementos fundamentales comunes.
Veámoslas una a una:
La historia debe tener un marco moderno, para acercar la experiencia al lector
Esta primera norma es, quizás, la más intuitiva y más difícil de poner en duda. Aunque muchos textos de terror ahora nos parecen "de época", lo cierto es que tenían una ambientación contemporánea en su momento: es algo que no hay que perder de vista. No obstante, esto no quiere decir que se restringieran a entornos vulgares. La tradición del relato gótico explota exahustivamente castillos, ruinas, monasterios y otros escenarios que eran exóticos en su momento. La propia norma de M.R. James haría que sus relatos (o los de Poe, o los de Lovecraft) hubieran quedado obsoletos, y es por ello que creo que "marco moderno" es quizás más conveniente ajustarlo a "marco cercano".
Una historia de terror (o una en general) funciona al ganarse la atención del lector. Esto se puede conseguir por empatía o por fascinación. En el caso del terror, es conveniente la primera, pues tendemos a preocuparnos más por un personaje que nos resulta cercano, de algún modo, que por uno que, simplemente, nos parezca interesante. En cierto modo, el lector tiene que ser capaz de ponerse en la piel de los protagonistas.
En el siglo XIX, pocos lectores eran capaces de abstraerse hasta un escenario que no fuera próximo en el sentido geográfico y cultural de la palabra, pero en la actualidad tenemos acceso a tal flujo de información que esto ha cambiado. Del mismo modo que somos capaces de viajar -mentalmente- a otras épocas, lo somos también de movernos en el espacio. Esto hace que el término "cercano" se haya desdibujado hasta cierto punto según las circunstancias de cada cual. No obstante, sigue siendo muy relevante: sólo es necesario fijarse cómo muchas veces una adaptación estadounidense de una película asiática toca a más espectadores europeos porque conocemos más su cultura, nos parece más cercana.
En definitiva, esta norma hace referencia a que el lector debe poder conectar con los personajes, con el marco en el que se desenvuelven, para poder angustiarse con los sucesos narrados.
Los fenómenos espectrales deben ser malévolos más que beneficiosos, pues se busca provocar el miedo
Esta segunda norma habla por sí sola: si quieres asustar al lector, y te has ganado con tus personajes su simpatía, es más fácil ser efectivo si lo que pasa, o lo que se les viene encima, es negativo. Se podría abrir un inciso contemplando el tema de la saturación de horror, que es algo muy de nuestra época (y quizás injustificadamente; después de todo, en la Inglaterra del siglo XIX podían encontrarte ahorcados en carne y hueso), pero creo que esto depende más del punto anterior: mantener la suspensión de la credulidad. A veces, cuantos menos elementos, y más tarde su aparición, mejor. El terror reposa en gran medida en la expectación creada.
No obstante, a mí me gustaría pararme en dos puntos que podemos captar entre líneas: el primero, que M.R. James recurre como lógico a lo sobrenatural; el segundo, que implícitamente no descarta que los fenómenos no sean malévolos.
Podríamos pensar que en su época la gente era más crédula y que, por lo tanto, podían asustarse más fácilmente con fantasmas que los lectores contemporáneos. Si nos paramos a pensar en que los lectores decimonónicos tenían necesariamente una cierta cultura (pues no todo el mundo sabía leer) y en las circunstancias sociopolíticas (bandidaje, asesinatos, mala iluminación pública -si existía-, piratería, raqueros, etc.) cuesta trabajo creer que tuvieran más miedo del lobo feroz, aunque creyeran en él, que de los peligros mundanos. El poema "Fantasmagoria" de Lewis Carroll es un buen ejemplo a este respecto.
¿Cuál es el papel entonces del fenómeno espectral? A parte de la propia tradición -no olvidemos que M.R. James circunscribe estos consejos al ámbito del cuento de fantasmas-, el elemento sobrenatural permite vulnerar la ordenada vida victoriana con algo misterioso y oscuro sobre lo que ni siquiera la razón es capaz de arrojar luz. En nuestra sociedad tecnológica, heredera de la suya, es fácil entender esta ruptura. De hecho, es fácil incluso entender que el fenómeno no tiene por qué ser maligno -eso dependerá del cierre de la historia- para causar inquietud y temor en el lector. Muchos autores, de hecho, han sido capaces de ponernos los pelos de punta con las advertencias espectrales dirigidas a salvar a los protagonistas.
Debe evitarse escrupulosamente la jerga técnica del "ocultismo" con objeto de no ahogar la emoción directa que suscita la historia
La tercera norma dejará perplejo a más de uno. ¿Jerga técnica del ocultismo? ¿Quiere decir que los autores de la época tenían sólidos conocimientos sobre lo que escribían o que, al menos, se documentaban? Aunque muchos escritores hayan perdido esta buena costumbre, sí que es un problema que puede seguir presente. Sería improbable que alguien rompa el ritmo a día de hoy con un latinajo cuando aparece el malo final enumerando su especie ectoplásmica; de hecho, las resonancias crípticas de, por ejemplo, un ritual de exorcismo en latín pueden acrecentar la sensación de temor, de ente extraño invadiendo nuestro entorno seguro y natural.
No obstante, se sigue pudiendo patinar en tecnicismos paralelos. Aunque éste es un problema más extendido en la ciencia ficción o el relato histórico, el autor de terror no debe bajar la guardia: si el lector pierde la pista a lo que están contando, la intensidad de los temores que le transmitirán será menor. Una historia de terror es algo visceral, y el lector debería poder conectar con ella directamente. Si el autor le tiene que razonar y explicar por qué es aterrador lo que está leyendo, mal vamos.
El terror es algo ancestral, es un instinto que nos ha mantenido con vida desde la noche de los tiempos. Es lo que nos aleja de la oscuridad, de las grutas estrechas, del fondo del mar... de los sitios, en definitiva, donde nos sentimos indefensos. Es algo universal y eterno, y basta con un mera sugerencia para que resurja en nuestras tripas. Es por ello que los consejos de M.R. James siguen estando vigentes, porque hoy, como hace doscientos años, el ser humano sigue sintiendo un escalofrío cuando le dicen que algo oscuro ha entrado en su pequeño refugio cotidiano, y decide creérselo... siempre y cuando, claro, no le saquen de la historia con una explicación a destiempo.
P.s.: La redacción de las normas esenciales a las que debería ajustarse un cuento de fantasmas está extraída de "Más historias de fantasmas de un anticuario" (Valdemar), cuya traducción corrió a cargo de Francisco Torres Oliver.